viernes, 5 de junio de 2009

La Vanguardia 16.05.09

¿Los tratamos igual?

Pocos padres cuestionan hoy día que niños y niñas tengan los mismos derechos y obligaciones. Quieren que sus hijos estudien y tengan un futuro prometedor independientemente de su sexo | Pero ¿los tratan igual? ¿Les exigen lo mismo? ¿Ve un padre con la misma alegría los ligoteos de su hijo que los de su hija?

"Ya le he dicho a Arnau que como siga así (sin concentrarse en los partidos) le mandaré al equipo de las niñas"; "¡Deja de llorar, que pareces una niña!"; "María quería jugar al fútbol pero la convencí de que hiciera baloncesto, porque el ambiente del fútbol no es nada femenino". Cada vez que Teresa oye estos y otros comentarios de padres y madres referidos a sus hijos se enciende. En algunos casos ve claro que se trata de padres del minoritario (afortunadamente) reducto de machistas recalcitrantes que reproducen un modelo de familia tradicional de hace más de medio siglo.

Pero en otros se desconcierta, porque quien protagoniza el comentario es una madre con un destacado proyecto profesional que reparte las tareas domésticas y el cuidado de los hijos con su marido y que hace gala de feminista e igualitaria. Y Teresa se pregunta si es que todos los padres harán diferencias entre sus hijos por razón de sexo. ¿Las haría ella? No puede saberlo porque sólo tiene varones, pero ha hecho reflexionar sobre el tema a amigos con hijas e hijos sobre los que no le caben sospechas sexistas.

"Creo que hago más diferencias por edad que por sexo: les trato igual en las labores de casa (los padres también colaboramos por igual); las habitaciones están pintadas en colores neutros, ni rosa ni azul; los juguetes más estereotipados, como la cocinita, son comunes, y los dos tienen muñecos y pelotas; pero es cierto que los estereotipos aún pesan en el ámbito social y quizá por ello el día que el niño pidió un helado rosa de Hello Kitty me di cuenta de que sobrerreaccionamos elogiando la elección, y creo que los condicionantes sociales también han tenido que ver en que él practique trial y ella ballet", responde Mar, madre de una niña de siete años y un niño de cuatro.

Francisco tiene claro que no trata igual a su hija (13) que a su hijo (9), pero cree que las diferencias que hace tienen más que ver con la edad, el carácter y el lugar que ocupa cada uno de ellos en la familia que con su sexo.

"Es un poco contradictorio: me preocupa más el crecimiento emocional de la niña, sus posibles novios..., y me siento más implicado emocionalmente con ella que con el niño (quizá porque fue la primera); en cambio, le doy más muestras de cariño al varón y el trato con la niña es más distante", comenta.

Marta y Jaume aseguran que exigen las mismas responsabilidades e intentan tratar por igual a sus hijos -una niña de 11 años y un niño de 9-, pero admiten que arrastran estereotipos. "Con el niño hago más actividad física, juego más a peleas, a cosas en que interviene la fuerza...", dice él.

Y cuando la cría era pequeña y quería entrar en un equipo de fútbol, fue Marta quien redirigió su interés para alejarla del ambiente futbolístico, que no le gustaba.

En cambio, el niño juega al fútbol en el club local desde los tres años.

"Se ha avanzado mucho en la equidad social de chicos y chicas, sobre todo a nivel de deseabilidad, de creencias, de lo que los padres dicen o desean para sus hijos e hijas; otra cosa es lo que hacen, porque todavía hay muchos comportamientos familiares diferenciados respecto al género", explica Petra M ª Pérez Alonso-Geta, catedrática de Pedagogía y directora del Instituto de Creatividad e Innovaciones Educativas de la Universidad de Valencia. De su investigación sobre Los estilos educativos y pautas de interacción en relación al género en los diferentes tipos de familia (con hijos de entre 6 y 14 años) se desprende que, en general, van desapareciendo los estereotipos de género en las familias españolas, sobre todo en las madres, aunque queda un grupo - en torno a un 12% de los encuestados- que piensa que hay que corregir por cualquier medio una conducta femenina en un varón y que no admite conductas masculinas en una hija (el 10%).

Más reducido es el número de familias (5%) que creen que las hijas deben colaborar más que los hijos en las tareas domésticas o que admiten que tolerarían peor el fracaso en los estudios de sus hijos que de sus hijas (un 2,3%).

Pero más allá de las creencias, la realidad es que las niñas colaboran más que los niños en las tareas domésticas y que se les exige más en estos y otros ámbitos, como el de los estudios. Así lo ponen de manifiesto los estudios de campo realizados desde ámbitos como la sociología o la pedagogía. Ramon Casals, profesor del instituto Leonardo Da Vinci de Sant Cugat (Barcelona) y experto en la relación padres-hijos, dedicó una licencia del Departament d´Educació de la Generalitat a estudiar las relaciones familiares de 995 alumnos de entre 10 y 17 años de 21 centros educativos y asegura que, aunque muchos progenitores dicen que educan igual a hijos e hijas, en casa no viven un rol igualitario entre padre y madre, de forma que no los están educando igual porque con la práctica diaria les transmiten unos valores y unos modelos distintos que tienen gran fuerza educativa.

La realidad que él ha observado es que a los chicos se les tolera más que no hagan las tareas domésticas o que las hagan mal; que hay una cierta complicidad de sexos en la comunicación padres-hijos, y que a las hijas se las controla más y tienen menos libertad a pesar de ser más responsables. Sus conclusiones coinciden bastante con las de la socióloga Cristina Brullet, investigadora del panel de familias e infancia realizado por el Instituto Infancia y Mundo Urbano (Ciimu), quien enfatiza que la implicación en las tareas domésticas de los hijos varones tiene mucho que ver con lo que hace el padre en casa y no con que la madre trabaje fuera.

Su investigación también ha detectado que los padres refuerzan afectivamente el proyecto escolar de las hijas más que el de los hijos, que inconscientemente potencian más sus estudios y tienen más expectativas de que la niña haga una carrera universitaria (veáse la información de apoyo). En este ámbito, el estudio de Petra Pérez detalla que los progenitores consideran que las hijas se portan mejor que los hijos a la hora de sacar buenas notas o de hacer los deberes, ylas perciben como más independientes y autónomas.

También detecta algunas pequeñas diferencias en los valores que quieren transmitir a sus descendientes según el sexo: aunque civismo, respeto y honradez ocupan los primeros puestos en ambos casos, darles una buena formación figura en cuarto lugar para las hijas y en el séptimo para los hijos; inculcarles autonomía es la cuarta pretensión para los hijos y la sexta para las hijas; y espíritu de competencia recibe 8 puntos para ellos y 5,8 para ellas.

"No se educa igual a hijos e hijas -ni siquiera las nuevas generaciones de padres- de forma instintiva, porque hombres y mujeres somos muy diferentes", afirma Isabel Menéndez Benavente, psicóloga especializada en niños y adolescentes. "No los educamos igual porque, aunque lo intentamos, chocamos con la diferencia biológica: la mayoría de madres y padres quieren que sus hijos e hijas hagan las mismas cosas, que participen de las tareas de casa por igual, pero se encuentran con que el niño no es tan perfeccionista, no tiene tanta capacidad de detalle y por eso recoge rápido y mal o no deja bien estirada la cama, de forma que la madre tiende a rematar sus tareas y acaba haciéndolas ella; las hijas terminan imitándola, y la diferencia pasa de generación en generación, como un bucle que no acaba", comenta.

También María Calvo, presidenta de la Asociación Europea de Centros de Educación Diferenciada (EASSE), justifica la diferencia de trato a hijos e hijas por razones biológicas. "Niños y niñas tienen diferencias hormonales, diferente estructura del cerebro, son psicológicamente distintos y eso hace que reaccionen de forma diferente y que necesiten un trato diferenciado a la hora de educarles", dice Calvo. Madre de dos niñas y dos niños, esta profesora de Derecho Administrativo de la Universidad Carlos III de Madrid se declara obsesionada por la igualdad, por conseguir que sus hijos e hijas tengan las mismas oportunidades y lleguen igual de lejos, pero considera que para alcanzar las mismas metas han de seguir caminos diferentes.

Asegura que los derechos y obligaciones de sus hijos son los mismos al margen de su sexo, pero no la forma en que se comunica con ellos, en que les pide que vacíen el lavaplatos o en que les regaña. "Las niñas son más empáticas y solidarias, hay que mirarlas a los ojos, llamarlas por su nombre; a los niños hay que hablarles de forma más fría, porque les gusta involucrarse en el mundo adulto; eso supone que si quiero que el niño vacíe el lavaplatos le tengo que dar cuatro órdenes secas, mientras que para que lo haga la niña he de decirle ´anda cariño, guapa, por favor vacía el lavaplatos´; y si quiero que mi hijo me cuente cosas tengo que hablarle mientras conduzco, sin mirarle a la cara, cuando parece que no le pregunto; en cambio, la niña prácticamente pide que la pregunte directamente", explica.

En su opinión, no atender a estas diferencias entre hijos e hijas conduce a la infelicidad y la frustración. "Los chicos son más movidos -porque tienen más testosterona- y en muchas familias se crea el estereotipo de que el niño es el malo y la niña es la buena, en lugar de entender que él necesita más actividad", justifi-ca. Y pone otro ejemplo: "Ante una situación de estrés los niños se excitan y, en cambio, las niñas se bloquean, así que si cuando estás enfadada levantas la voz al niño le irá bien, pero a la niña la bloqueará". Con estos y otros argumentos sobre la diferente estructura cerebral de hombres y mujeres María Calvo lleva a sus hijos a colegios sólo para chicos o sólo para chicas: "Las niñas quieren que la profesora las llame por el nombre y los niños por el apellido, porque ellas desean que su maestra las quiera y ellos que los respete".


Admite que no todos responden fielmente a estos modelos y diferencias "porque hay niños con cerebros masculinos o femeninos extremos y otros con cerebros puente, que tienen las características masculinas o femeninas más matizadas".La psicóloga Isabel Menéndez Benavente señala que "igual que no educas a todos tus hijos de la misma forma porque cada uno es distinto -más o menos sensible, más o menos tímido...- también tienes que amoldarte a las diferencias biológicas entre chicos y chicas". Por ello considera normal que los padres ejerzan más control y se preocupen

más por las salidas de sus hijas adolescentes que por las de sus hijos: "Porcentualmente hay más violaciones de niñas que de niños; el cerebro masculino está programado para tener más actividad sexual; a los padres les encanta que los hijos sean muy machos y se acuesten con varias, pero no les gusta lo mismo para sus hijas, entre otras razones porque los chicos desconectan sexo y amor y las chicas no, así que la madre teme que si son tan ligeras como ellos a la hora de acostarse se enganchen, se enamoren y sufran".

La socióloga Cristina Brullet opina que, más allá de que haya diferencias biológicas, muchas de estas desigualdades de trato y comportamiento con los hijos obedecen a razones culturales. "Cuando desaparezcan las diferencias culturales podremos ver cuáles son realmente las diferencias biológicas; hay investigaciones honestas e interesantes sobre las diferencias entre el cerebro masculino y el femenino, pero también en el pasado se han utilizado estudios científicos -sobre el peso del cerebro, por ejemplo- para justificar discriminaciones; por otra parte, si los hombres no hacen más trabajo doméstico no es por una cuestión de biología, sino porque no da dinero y, culturalmente, su ética ha estado siempre orientada al trabajo remunerado y, en cambio, la de la mujer a construir afecto", declara. Menéndez Benavente enfatiza que "no se trata de discriminar a hijos e hijas, sino de educar de forma diferente en función de cada personalidad: que haya igualdad de derechos pero no de emociones".

Comentari

Encara que vulguem la igualtat i que es digui que tot som iguals hi han diferències entre nens/es, els nens i les nenes no són iguals. Hi ha una diferència hormonal, de caràcter, etc. Encara que els pares no els vulguem predefinir (nens. Fútbol. Nenes. Ballet) les diferències hi són i sense vulguer fem aquestes diferències. Les prioritats que té un pare davant d’una filla són més que davant d’un nen (en qüestió de sexe no es d’agradar que una nena vagi amb molts nois però si un nen va amb moltes no passa res. A les feines de casa no els exigim el mateix i la mateixa perfecció) inclús els nens no volen que els tractin igual que a les nenes, i a l’inrevés. Potser d’aquí uns anys hi haurà l’ igualtat, per costarà. Els mateixos que prediquem la igualtat, som els primers en fer-les.

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